jueves, 1 de abril de 2010

No era el fin del mundo, pero daba igual

Sabía que Él ya no la necesitaba para poder respirar, que el hielo se había fundido en el infierno, y que aquello no sería el final del mundo. Sabía que no se acabarían los amaneceres sólo porque en la tienda de campaña no estuviera también él, del mismo modo, sabía que las noches no dejarían de existir, que los silencios entre amigos seguirían siendo sagrados, que las pelis en su cama podrían seguir teniendo ese toque de domingo por la tarde, y que los boles de palomitas seguirían quedándose a medias en la mesa del salón. Tenía claro que no cerrarían el chino sólo porque ellos ya no fueran los viernes, y que recorrer España o los alrededores de Madrid (al menos) seguiría siendo emocionante aunque él ya no usara su coche para llevarla. Sabía que tarde o temprano volvería a disfrutar del sexo desenfrenado, y que los capuccinos seguirían siendo dulces. No iban a desaparecer los Decathlon del mundo sólo porque él ya no quisiera hacer locuras, ni tampoco ella pararía de intentar comerse el mundo simplemente porque él ya no tuviese hambre. Sin embargo, de poco servía tanto conocimiento cuando tenía noticias suyas, cuando escuchaba las descripciones de cómo otro se bebía la sal de sus labios. Porque, en definitiva, el corazón aplastaba toda lógica, y aunque tenía claro que aquello no era el final, saber que él era ahora el príncipe de otro cuento y que de nuevo "había puesto la cama para que otro se follara sus sueños", dolía, y hacía tanto daño que, por un instante, ¡Ese maldito instante! se le olvidaba lo que sabía y el mundo volvía a haber tocado fondo.

Culpa suya por haber soñado despierta. (=

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