Melissa cerró los ojos bien fuerte y volvió a mirar por la ventana. ¿Cuántas cajetillas de tabaco y noches madrileñas le harían falta para poder controlar esa horrible afirmación interior que decía «aún le sigo amando»? la única solución volvía a ser ponerse mona y arrasar con la ciudad. No se quedaría más horas en casa esperando a que cicatrizara esa maldita herida, mejor seguir como solía decir su vieja amiga Dafne «viviendo deprisa para no pensar»
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