lunes, 7 de septiembre de 2015

Septiembre lluvioso

Aquel septiembre comenzó lluvioso, como el año en que ella había llegado a la ciudad. 

El olor de la humedad, las luces de los coches y el repiqueteo constante del agua en las ventanas tenía un doble efecto sobre su estado del humor: por un lado le sacaba una sonrisa, siempre le había encantado la lluvia y su olor, el modo en que cambiaba los ambientes dotándolos de cierto misterio y  la forma en que, de pronto, se refrescaba todo; por otra parte, sentía, involuntariamente, una extraña melancolía, un rumor de tiempos pasados, ideas encerradas o historias que, por pereza nunca había llegado a escribir.

Ideas sin forma...

Últimamente había demasiados pensamientos que aún no se habían materializado. No tenía muy claro qué le pasaba, pero parecía que, aunque escuchaba la narración de esas ideas relativamente estructurada en su cabeza, no hallaba el momento o la determinación como para plasmarlas por escrito. ¿Se habría quedado sin las construcciones apropiadas, o era tan sólo esa etapa vertiginosa y cierta pereza los que habían frenado sus escritos?

Puede que hubiese un poco de todo acumulándose. Quizás era aquel momento de su vida, frenético, romántico, alegre pero en ocasiones triste y, en cierto modo frustrante, el que había desestabilizado antiguas costumbres de café y ordenador. Sin embargo, parecía que la lluvia, como de costumbre, limpiaba un poco el ambiente y traía consigo ese no sé qué que qué se yo, que algunos llaman inspiración.

En cualquier caso, llovía, o más bien diluviaba, y aquello era señal inequívoca de que el otoño se estaba aproximando aunque fuese muy lentamente. Un otoño que temía y amaba, pues suponía que vendría cargado de añoranza y, al mismo tiempo, de entusiasmo, ansias de superación y nuevas reflexiones.

Sin embargo, eso ya es otra historia...

viernes, 24 de abril de 2015

Temamos la ira del hombre manso.

Melissa cogió su bolígrafo negro preferido, llevaba algunas calaveras pintadas a lo largo del mismo y acababa en un pequeño murciélago, estaba nerviosa y el pulso le temblaba. Encendió un black devil y comenzó aquella carta de destinatario masivo.

A todos aquellos que usáis la expresión "es que ya sabes como es"o es que "él/ella es así": 
¡Ya basta! no sé si sois ciegos o tan sólo algo lentos, pero ya vale de empatizar con aquellos a los que les cuesta un abismo ver más allá de su ombligo a costa de quienes sí se preocupan por los demás. Al final lo que conseguís con vuestra actitud hacia aquellos que verdaderamente os quieren en detrimento de quienes están demasiado ocupados en sentirse orgullosos de haberse conocido a si mismos, es que la gente buena termine haciendo cosas malas o, simplemente, acabe importándoles menos que nada lo que hagáis con vuestras vidas. 
¿Cuántas veces habéis oido eso de "no digas eso que es que ya sabes como es y..." o "no se lo tengas en cuenta es que él/ella es así"? Yo demasiadas y, la verdad ya estoy un poquito hasta las mismísimas narices (por decir algo bien sonante).
Muy bien, esa persona es "Así" y qué ¿yo no puedo ser "asá"? ¿o qué pasa que su ser "así" está por encima de cualquier actitud de los demás? Parece como si que una persona fuese de un modo justificase sus malas actuaciones. Mira majo (y a partir de este momento utilizo el masculino como plural que es como se usa en este idioma) si tu ser "así" implica hacer cosas egoístas, pueriles, tiránicas y de niño mimado, creo que ya es hora de que cambies un "así" por un "asó" o "asá" ¿no? Ya es hora que dejemos de pedirle a la gente buena que ceda y aguante las actitudes inaceptables de la gente con la excusa de "es que son así". Pues si son así ¡¡que cambien ostias!! que todos tuvimos que descubrir en algún  momento de nuestras vidas que no siempre se podía hacer lo que nosotros quisiéramos, deseásemos o pensaramos y que montar un espectáculo, una pataleta o, como diría mi abuela, liar la de Dios es Cristo no servía para nada cuando nuestro comportamiento era inadecuado. Es más, lo único que podía traernos esa actitud agresiva era una buena regañina. 
Pensamos que la gente puede madurar, exigimos que los niños modifiquen sus hábitos de comportamiento para que pueda existir una sociedad civilizada, pero cuando algún energúmeno al que le tenemos algo de cariño no ha cambiado sus hábitos de conducta a una edad adulta, en lugar de exigirle ese paso a la madurez o un cambio, lo que hacemos es que las personas que sí que son civilizadas tengan que pasar por el aro de sus decisiones para evitar las consecuencias de sus rabietas de niños grandes. 
¿Sabéis qué aprendemos con esas actitudes? ¿Sabéis qué enseñamos al mundo cuando nos comportamos de esa manera? Enseñamos a la gente que si eres una persona egoísta, pasota y agresiva siempre tendrás más derechos y concesiones que si eres una persona empática, calmada y reflexiva. Enseñamos que tratamos bien a quienes se portan "mal" y que puñeteamos a quienes se portan "bien" porque, total, estos últimos siempre tratarán de comprendernos y estarán ahí cuando nos hagan falta. Y eso, al final, lo único que puede conseguir es que la gente que, de otro modo hubiera sido comprensiva, acabe convirtiéndose en intransigente y egoísta con la única intención de que no se les pisotee. 
Aquello de "si al final me toca ser el malo, voy a tener que ser Peor".  
Así que ¡YA VALE! ¡dejad de decir frases tan estúpidas como "es que es así" o " es que ya sabes como es" o si no, ateneos a las consecuencias porque, al final, todo el mundo tiene un límite y recordando el refranero español "Dios nos libre de la ira del hombre manso".
Y, así, con las mismas, terminó el cigarro, imprimió algunas copias y decidió ponerlas por las farolas de su barrio esperando que, tal vez, alguien, al leerlo, cambiase su actitud y dejase de justificar actos injustificables.

jueves, 16 de abril de 2015

Un alto en el camino

Se sentó en la mesa del ordenador. Miró a la pantalla sabiendo que había mucho trabajo por delante. Hoy era uno de esos días de nervios y trabajo. Hoy tocaba esperar sentada y desear, con todas sus fuerzas que las cosas estuvieran yendo como debían. 
Encendió un cigarrillo. No solía fumar, pero la caja de Lucky estaba sobre la mesa de su escritorio por un compendio de casualidades que hacían imposible no plantearse ese ataque contra sus pulmones. Sabía que con ello estaba restándose años de vida pero, finalmente, no pudo evitar encender aquel cigarrillo aunque sólo fuera para llenar de humo la estancia y sentirse más tranquila. 

Nunca había sido fan del tabaco, es más, en los últimos años había comprendido a todos aquellos que formaban parte de "la liga antitabaco", sin embargo, comprendía que para algunas generaciones, entre ellas la suya, encender un cigarrillo no era sólo una cuestión de vicios o gustos, sino más bien un acto de rebeldía. Era como desafiar a la muerte, a la educación y al mundo, todo a una, cuando uno estaba a punto de estallar por nervios, tristeza, dolor o , incluso, felicidad. ¿Por qué otra razón iban si no a repartirse puros en las bodas?

Dio una calada y dejó que el humo pasase por su boca y saliese por su nariz. Esta primera calada no quería entrar directa a matar, no podía encontrar el camino a sus pulmones. Tosió, hacía mucho que no fumaba. O por lo menos, que no fumaba tabaco, el humo de las shishas, además de no contener nicotina era menos denso, menos fuerte. Puede que te matara igual, pero al menos lo edulcoraba con  sabores afrutados que no recordaban a la muerte. Sin embargo, aquel cigarrillo era diferente, sabía a ceniza y desafío. 

Revisó el facebook. Ninguna notificación. No le resultaba raro, nunca había sido de redes sociales y jamás se le había dado demasiado bien hablar con mucha gente. Ella era de pocos amigos pero, todos ellos, de su plena y absoluta confianza.

Dio otra calada y miró al móvil. Sabía que le iba a salir bien, tenía que ser así. Él era resuelto, profesional y sabría salir de aquello, sin embargo, era incapaz de centrarse. Hoy no había avanzado apenas tres minutos de trabajo. Revisó el Whastapp, los mensajes y hasta el registro de llamadas. Nada. No había noticias de él. 

Se quedó completamente distraida con el humo del tabaco. Sus pensamientos habían ido hilándose de tal manera que había comenzado a reflexionar sobre el paso del tiempo. Sobre sus primeros ataques en forma de cigarrillo. Sobre sus momentos de café y nicotina. Cuando se dio cuenta el cigarrillo casi estaba consumido. Dio una última calada dejando un poco de espacio antes de llegar al filtro. No le gustaba apurar, de niña siempre había oido que la zona que pega al filtro es la que más "mierda" incluía. 

Y por fin, "ding!" el sonido del whastapp del móvil llamó su atención. Las manos le temblaban, tenía que haber ido bien pero ¿y si no había sido así?, estaba casi convencida de que todo había salido como debía pero...y, finalmente, aquel mensaje disolvió sus dudas, sus nervios y sus ganas de fumar. 

"Todo ha ido genial!!, esta noche lo celebramos"

Respiró profundamente. ¡Puaj! pensó, el sabor del cigarrillo prevalecía en su boca y ahora ya no quería conservar aquel recuerdo de muerte. Contestó un "Eres un máquina, no esperaba menos" y se dispuso a lavarse los dientes y a dejar a un lado su tensión y la reflexión sobre cómo se consumía el tiempo. Era hora de arreglarse, preparar la comida y ponerse a trabajar. 

Era hora de seguir viviendo.

jueves, 9 de abril de 2015

Vida Interior

Hace tiempo que perdió su "vida interior" en algún café entre Leganitos, el Altozano o la Plaza de Santo Domingo. Se le acabaron esas frases tan profundas y complicadas que tenían que ser leídas tres veces, al menos, para tener un sentido.

Hay quien dice que aquello era madurar y que, en dicho proceso, se perdía, normalmente, la sensibilidad y la capacidad creativa. Pero, como siempre, ella lo enfocaba de otro modo. Y es que ya no buscaba vomitar su alma escondida entre cuentos, ni explorar sus sueños de libertad. Ahora era más divertido dejar que la ilusión, la nostalgia, los silencios cómplices y las experiencias hablasen por si mismas sin necesidad de edulcorantes baratos que azucarasen demasiado el amargor agradable de sus veintitantos.

Por supuesto, no habían dejado de existir las noches de "café y estrellas" o las ganas de escribir "cartas sin sello". La cuestión es que ahora no todos los hechos eran igual de relevantes ni merecía la pena darles mayor transcendencia de la que, en realidad, tuvieran. Por eso, escribía menos y vivía más. Por eso, sólo de vez en cuando, algún momento resultaba tan mágico, doloroso, nostálgico o divertido que merecía la pena coger un boli, abrir el blog o buscar una servilleta donde escribir. ¡Ah claro! que ¡esa es otra! tampoco ahora hacia falta que todo lo que pensase acabase en una ventana al mundo. Creo, de hecho, que descubrió aquello de que, muchas veces, era más divertida la intimidad de un cuaderno o la incoherencia del papel que pillase más a mano (fuera este una servilleta, un envase o un pedazo de revista). 

Desde que había ido perdiendo esa "vida interior", poco a poco, había descubierto que no simpatizaba demasiado con quienes sentían de un modo tan enrevesado que aveces necesitaban traducirse a si mismos. Por otra parte, había comenzado a admirar a todos aquellos que trataban de simplificar el mundo y hacer sencillas las relaciones, total, ya era demasiado complicada la vida como para darle más armas al caos. 

Así pues, le dio otro sorbo al café, abrió una pestaña de aquella pelotita de colores llamada Chrome y decidió que era un buen momento para escribir sobre "la vida interior" o más bien su ausencia. No tenía intención alguna de definir aquel término, pues era una referencia para la que no encontraba otro nombre. Simplemente se limitó a escribir sobre lo que sí sabía que, como siempre, eran: su vida, sus reflexiones y sus experiencias. Y a quien no le gustase lo tenía fácil, sólo tenía que dejar de leer su serville...perdón, aquel lugar cualquiera en medio de ninguna parte. 






jueves, 26 de marzo de 2015

Vuelta a escribir sobre recuerdos

¿Recuerdas las tardes de café con nicotina?, ¿las noches de chupitos y conversaciones hasta las 5 de la mañana esperando que el reloj de la casa consistorial parara de pronto sus agujas? ¿Recuerdas las horas que pasamos arreglando el mundo y viendo capítulos de sexo en nueva york?
Hace mucho que no escribo, quizás una eternidad. Pero los pensamientos, los recuerdos y esa extraña sensación de libertad que tenía cuando caminábamos sin rumbo y, eventualmente, planeábamos una huída en forma de humo y palabras vuelven a mi cuando la melodía de Sexo en Nueva York suena en cualquier parte. 

Eran los días de la confusión, la ira, la autocompasión y, al mismo tiempo, las ganas de crecer sin miedo a nada. Porque eso es lo que ocurría, nosotras nos crecíamos, escapábamos y mentíamos de vez en cuando sin nada que perder y con mucho, muchísimo que ganar: Ganábamos experiencias. Recuerdos furtivos que sabíamos que, tarde o temprano, rememoraríamos como los mejores años de nuestra vida. Momentos que, aunque a veces dolían, sabíamos que, en algún instante, volverían a nosotras como "aquella vez que perdimos la cabeza". 

Nos dijeron que estábamos viviendo los mejores años de nuestra vida y nosotras decidimos que, aunque no lo comprendiéramos, los íbamos a exprimir por encima de las normas, los horarios o las limitaciones espacio-temporales. Fue la época de las excursiones, las fugas y las copas con sabor a dulce y rebeldía. 

Y después, desapareciste...

Una gilipollez. Una discusión estúpida. Una escusa como cualquier otra para ganar espacio, para desconfiar. Y nos perdimos...

Continuamos creciendo, escapando y haciendo locuras. Continuamos, de vez en cuando, tomando cafés con sabor a nicotina y ayer. Copas con olor a rebeldía...pero ninguna supo como antes, ninguna tuvo ya el mismo espíritu, la misma magia. Estábamos creciendo pero nos faltaban esos "yo nunca" que sólo nosotras conocíamos...

Y crecí, maduré...

Dí por aparcados aquellos recuerdos de charlas inacabables, de noches de teatro y risas, de churros con chocolate para bajar los grados del acohol o de fiesta de nuestras impacientes cabecitas. Evidentemente seguimos rodeadas de gente que había estado allí desde el principio, que vivió con nosotras esas fugas o, incluso, fue instigador de las mismas. Gente que, por cierto, llevo en lo más profundo de mi corazón donde quiera que vaya y que sigue respondiendo a un S.O.S, a un "vamos al irlandés" o a la frase de "Peli y manta" aunque sea vía Skype.
Sin embargo, dolía. Maldita sea, dolía esa distancia. 

Y luchamos...

Comenzamos a tomar cafés de nuevo en los mismos lugares de siempre. Volvimos a quedar para hablar tantas horas como fuera posible. Comentamos que había ocurrido en aquellos años en los que desaparecimos. Aún había desconfianza. Aún queda, o al menos me queda, esa sensación de que, de un momento a otro, puedes o podemos desaparecer. Pero aún así, decidimos que merecía la pena. Que ya habían pasado demasiados años por una gilipollez. Y comenzamos a recordar con una sonrisa, tal y como un día imaginamos, aquellas fugas y noches de charlas que se alargaron hasta el amanecer. 

Y comenzamos a confiar...

Quedamos de vez en cuando, whatsappeamos otras veces, empezamos a planear una despedida de soltera muy especial. Nos habíamos rodeado de gente maravillosa en aquellos años de ausencia, gente que, de algún modo, remplazó el hueco que había quedado en nuestra mutua ausencia. Algunas personas eran ya viejos conocidos, otras era gente nueva con la que habíamos topado en medio de aquel proceso y que había decidido quedarse a nuestro lado. Gente que, ahora, aportaba más a esta nueva relación que nunca volvería a ser la misma de antes, pero que, con paciencia y trabajo, podía volver a ser muy hermosa. 

Y aquí estamos...

Con un capítulo de Sexo en Nueva York y un recuerdo con sabor a café y nicotina. Yo disfrutando de un kitkat una mañana cualquiera sola en casa (pronto me pondré a terminar de recoger y planchar) y tú, sin saber de la existencia de este texto sólo con un mensaje que reza 

"Acabo de ver un capítulo de Sexo en Nueva York, hoy te echo de menos".