lunes, 7 de septiembre de 2015

Septiembre lluvioso

Aquel septiembre comenzó lluvioso, como el año en que ella había llegado a la ciudad. 

El olor de la humedad, las luces de los coches y el repiqueteo constante del agua en las ventanas tenía un doble efecto sobre su estado del humor: por un lado le sacaba una sonrisa, siempre le había encantado la lluvia y su olor, el modo en que cambiaba los ambientes dotándolos de cierto misterio y  la forma en que, de pronto, se refrescaba todo; por otra parte, sentía, involuntariamente, una extraña melancolía, un rumor de tiempos pasados, ideas encerradas o historias que, por pereza nunca había llegado a escribir.

Ideas sin forma...

Últimamente había demasiados pensamientos que aún no se habían materializado. No tenía muy claro qué le pasaba, pero parecía que, aunque escuchaba la narración de esas ideas relativamente estructurada en su cabeza, no hallaba el momento o la determinación como para plasmarlas por escrito. ¿Se habría quedado sin las construcciones apropiadas, o era tan sólo esa etapa vertiginosa y cierta pereza los que habían frenado sus escritos?

Puede que hubiese un poco de todo acumulándose. Quizás era aquel momento de su vida, frenético, romántico, alegre pero en ocasiones triste y, en cierto modo frustrante, el que había desestabilizado antiguas costumbres de café y ordenador. Sin embargo, parecía que la lluvia, como de costumbre, limpiaba un poco el ambiente y traía consigo ese no sé qué que qué se yo, que algunos llaman inspiración.

En cualquier caso, llovía, o más bien diluviaba, y aquello era señal inequívoca de que el otoño se estaba aproximando aunque fuese muy lentamente. Un otoño que temía y amaba, pues suponía que vendría cargado de añoranza y, al mismo tiempo, de entusiasmo, ansias de superación y nuevas reflexiones.

Sin embargo, eso ya es otra historia...

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