viernes, 7 de octubre de 2022

¿Por qué hace tanto que no escribo?

Últimamente le he estado dando vueltas a la cabeza preguntándome: ¿por qué hace tanto que no escribo? Si era algo que me gustaba, me desahogaba y me servía como catarsis: ¿Qué ha cambiado?, ¿acaso ya no me resulta igual de liberador?

Perdida en dichas cavilaciones también me percaté de lo frecuente que es el hecho de que las personas dejen de hacer cosas que les llenan conforme van cumpliendo años. No me refiero solo a escribir, sino, en general, a todo tipo de actividades que durante una larga temporada supusieron una vía de escape o un motivo de felicidad, pero que con el paso de las estaciones fueron quedando olvidadas o relegadas. Es posible que en el madurar de cada cual, los gustos cambien, las inquietudes se transformen y hallemos nuevas formas de expansión. Sin embargo, si analizamos realmente cuántas veces estos viejos hábitos desaparecieron sin dar lugar a nuevas aficiones, quedando simplemente apartados y olvidados, encontraremos que, en un alto porcentaje de casos, esas pasiones se dejaron aparcadas para “después”. Así, las pasiones fueron desplazadas por el peso embriagador de las obligaciones o una serie de cuestiones aparentemente urgentes que, a fuerza de costumbre, se transformaron en rutina, dando sentido a aquello de “vivir en piloto automático”.

Entonces me pregunto ¿somos los únicos responsables? Sinceramente, creo que no. Las expectativas sociales unidas a un alto grado de autoexigencia suponen un motivo de peso por el que nuestras pasiones de juventud, aquello que nos ilusionaba y motivaba haciéndonos arder por dentro, se enfrían lentamente, creando seres homogeneizados y sin chispa mientras, paradójicamente, buscamos vías para poder dejar una pequeña huella que dé constancia de nuestra existencia, algo que condense aquello que sentimos que hemos perdido por el camino. Así, poco a poco, esa sensación de pérdida, de desarraigo de nuestro yo más genuino, provoca incertidumbre y una suerte de nostalgia que nos hace sentir que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, aunque no sea cierto. Lo peor del caso es que sumidos en esta espiral y sin darnos cuenta, muchas veces vapuleamos pequeños destellos de pasión ajenos cuando sacamos la puntilla a los detalles, sueños o ilusiones de los demás, en un arranque “constructivo”, que destruye más que crear.

Llegados a este punto de oscuridad toca equilibrar la balanza con un enfoque algo más positivo: ¿se puede escapar de esta espiral? Probablemente el simple hecho de preguntarnos qué nos está sucediendo y por qué, ya es suficiente impulso de partida para el cambio, sin embargo, es importante señalar que no se trata de volver a nuestra juventud o adolescencia (yo no regresaría ni loca), ni tan siquiera de volver a ser parte de quienes fuimos. La clave es ser capaces de transformarnos en aprendices de magos para poder hurtarle unos instantes al frenesí de nuestra existencia y dedicar esos breves pero intensos momentos a avivar la llama que hay en nosotros, reconstruyendo o creando nuevas pasiones que alimenten nuestras ilusiones y nos ayuden a equilibrar lo que debemos hacer con lo que anhelamos, para poder volver a SER (con mayúsculas y en su más amplio concepto) seres únicos.

Pero, volviendo a lo que nos atañe, retomaré mi pregunta inicial ¿por qué hace tanto que no escribo? Traumas aparte, creo que, después de toda esta divagación puedo concluir que el miedo y la rutina son los dos ingredientes que han dado como resultado este silencio, así que he decidido enfrentarme a ellos aún a riesgo de que el resultado no me guste. No sé si seré constante o si volveré a desaparecer, pero tampoco quiero planteármelo. Me abruma. Voy a ir pasito a pasito, como en una aventura, con el único objetivo de avanzar, susurrando en la red con la absoluta libertad que da encontrarse en un lugar cualquiera, acompañada de un café y la maravillosa licencia de que en este espacio, tan mío, hasta los puntos finales se transforman en puntos suspensivos...