martes, 21 de mayo de 2013

El suceso del parquecillo

No quería pensar. No tenía ganas o fuerzas para darle más vueltas al asunto. Respiró profundamente y llamó a Kai. 

Kai era un gato negro, pero no era de un negro pardo (como la mayoría de los gatos), o negro con manchas, no. Kai era de un negro absoluto que parecía haber sido sacado de la noche más cerrada del año. Tenía los ojos verde-azulados y el pelo suave como el de un peluche recién comprado. 


Sin embargo, y aunque siempre respondía a la llamada de su ama, esta noche no acudió. Miraba atento por la ventana a un perro grande y juguetón. Parecía un cachorro, debía serlo por cómo se movía y el ímpetu que demostraba. Su dueño, un joven de ojos verdes castaños (de esos que recuerdan a todos los colores de la primavera) jugaba con él mientras, de vez en cuando, había una parada para escribir algo en el móvil. «Qué estará escribiendo a estas horas de la madrugada»- se preguntó. 

Kai arañó la ventana con la pata. Parecía decir claramente, aunque sin palabras «Tengo curiosidad, ¡ábreme!». Así que, como no podía ser de otra manera, su dueña le abrió la ventana. El gato titubeó un poco antes de descolgarse hasta el suelo. Era una noche de primavera, debía ser cálida, sin embargo, el frío del invierno no había abandonado aún el pueblo. Resultaba arriesgado abandonar, por lo tanto, la calidez del hogar para curiosear, pero él era un gato, y, aunque no lo fuera, su forma de ser era aquella, debía hacer lo que le apasionaba y buscar lo que le llamase la atención sin atender a otro tipo de emociones. 

Tras un breve instante decidió dar el paso y salió de casa. Se acercó al muchacho y pasó entre sus piernas llamándole la atención.

«Hola Simpático»- dijo el muchacho mientras le acariciaba y sonreía, ¡y qué sonrisa!, cualquier mujer cuerda hubiese caído rendida a sus pies ante esa media luna anacarada. 

El perro, de color canela, respondió a aquello con un ladrido seguido de un movimiento enérgico de cola. Parecía que de un momento a otro fuera a salir corriendo a por el gato, pero no lo hizo, ante su propio asombro, el del muchacho y el de Kai. 

El joven volvió a escribir en el móvil tras tomar una foto. «Desde luego- Pensó- quien sea que está hablando con él a estas horas debe tener una relación especial con él. Son casí las 2 de la mañana» Tras lo cual el silencio se apoderó del parquecillo trayendo consigo una extraña paz. 

Kai miraba al perro, tratando, quizás de adivinar qué pensaba su amigo perruno que, a su vez, le sostenía la mirada. El joven, por su parte, alternaba su extraños ojos entre los dos, y la muchacha, desde su ventana, observaba la escena disfrutando de cada uno de los personajes que la componían y preguntándose si Kai sabría que se la estaba jugando.

Si era así, si Kai era consciente de que aquel animal era su enemigo natural y una posible amenaza, no lo demostraba en absoluto, es más, parecía que ambos se recreaban en aquella situación efímera. 

Tras unos minutos, que se antojaron horas, Kai salió corriendo, puede que pensara que aquello no tenía futuro, que de pronto fuera consciente del peligro que corría, que ya hubiese disfrutado lo suficiente, que aquel perro hubiese dejado de llamar su atención o, simplemente, que la magia del momento se esfumase; sea como fuere el caso es que salió corriendo y el perro volvió a emitir un ladrido que sacó al muchacho de su ensimismamiento. 

«Vamos a casa»- Dijo el desconocido de la sonrisa perfecta. 

La muchacha observó cómo se marchaban mientras Kai subía, de nuevo, al alfeizar de la ventana. «Será consciente del peligro» reflexionó en voz alta. Me pregunto si se referiría a Kai, a ella misma, al perro o al muchacho que caminaba con cara de concentración mientras escribía en el móvil, ajeno a cuanto le rodeaba.

No hay comentarios: